jueves, 9 de julio de 2015

Entre exigencias y expectativas...


El autor de esta nota es un amigo de esta asociación , el Sr. Luis Bueno, abogado, de 30 años,  (se trata de un joven con esposa pero aún sin hijos), quien realizó las siguientes reflexiones:


Entre exigencias y expectativas:

Hace unos días una persona muy querida se lamentaba de lo exigentes que habían sido sus padres con ella en su infancia. Le pregunté de qué modo se había manifestado esa exigencia, si había implicado una presión sostenida en una determinada disciplina o aspecto. No supo responderme, le pregunté si en lugar de ello, habían tenido altas expectativas para con ella. Me dijo que sí que eso era, y que no cumplir esas expectativas, la había frustrado a lo largo de su vida, y la había frustrado tanto cumplir como no cumplir algunas de esas expectativas.
Las expectativas son vagas, imágenes que se hacen y deshacen. Las exigencias, en cambio, implica una aplicación sostenida en el tiempo; la exigencia está en el aquí y ahora mientras que la expectativa se funda en el futuro.
              A través de la exigencia ajena y el esfuerzo propio, puede uno se perfeccionarse en una técnica o conocimiento. Pero la exigencia implica un acompañamiento, una presión para salir de una zona de confort. La expectativa sin una exigencia queda en el mundo de las los deseos, pues no se plasma. La exigencia sin expectativas parecen ejercicios inútiles de la voluntad.
Es curioso que las expectativas sobre los demás nos suelen alejar de las exigencias para con nosotros mismos. Tal vez, por eso, sea más sencillo tener expectativas.
              Sin embargo, las expectativas para con los otros y también para con nosotros mismos - pues somos corcel y jinete- requieren de una sensibilidad: un niño demuestra aptitudes intelectuales y es alentado por sus padres para que juegue a la pelota; una niña muestra un talento artístico y es virada hacia las ciencias y así tantos otros casos. 
 Nos jactamos de desear lo mejor para nuestros seres queridos, pero eso que deseamos a menudo no contempla a la persona que tan bien decimos querer. Deseamos vestir a otros con trajes que nosotros quisiéramos llevar sin preocuparnos si son de la medida o gusto de quien los usará.


De Luis Bueno
 
 

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